Si hay algo arraigado en la cultura finlandesa, sin duda es la sauna. Es muy, muy raro que haya un edificio de viviendas sin al menos una sauna para uso compartido. Tampoco es de extrañar el hecho de encontrarse una sauna (aunque pequeñita) en el hotel más ratero de Finlandia. Y además, también es común que haya saunas esparcidas en terrenos públicos, típicamente en medio de algún bosque. Y es que para los finlandeses la sauna en invierno (y ahora que ya hace fresquito también) es como para nosotros la piscina en verano: cualquier persona se acerca a la sauna como mínimo una vez por semana.
Pues bien, anoche había una fiesta internacional con sauna gratuita incluida en el edificio donde vivo, y no están los tiempos para desaprovechar ese tipo de encuentros, sobre todo si no tienes ni que salir a la calle para ir. Así, quedé con mi vecino de enfrente, y a eso de las 8 de la noche nos subimos a la última planta, que es donde está aquí la sauna. En el salón anejo (Dios, que palabra más fea) a la sauna no había demasiada gente pero, ¡cómo no!, ya teníamos allí a dos españoles a los que aún no había conocido, y a un peruano. Después de charlar un rato con ellos, nos dirigimos ya hacia la sauna.
Lo primero era una especie de vestuario, donde tienes que dejar toda tu ropa menos la toalla. Luego entramos a otra sala que ya estaba caliente. Los principiantes pensamos por un instante que eso ya era la sauna en sí, pero nada más lejos de la realidad: eran simplemente las duchas, y a la sauna se accedía cruzando esta sala por una puerta de madera y cristal. Pues nada, fuimos para adentro y... ¡a 80º C! Estaba lo que se dice muuuuuy caliente (para hacerse una idea, 80 grados es la temperatura a la que sale el café de una máquina), pero todavía era soportable. Se trataba de una habitación muy pequeña, con capacidad para un máximo de cinco personas, con bancos de madera y con paredes cubiertas también de madera. El calor sale de una especie de estufa que no es más que un montón de resistencias eléctricas cubiertas con piedras medianas.
Después de dos minutos empiezas a sudar bastante, pero aún hubo más. Tras nosotros, entraron un finés y un búlgaro, que al parecer ya estaban curtidos en esos asuntos, y decidieron poner la cosa un puntillo más fuerte. Para ello, simplemente echaron un poco de agua sobre las piedras de la estufa, que desapareció al instante, convertida en vapor. ¡Diooos, que dolor! Estuve a punto de salirme en ese mismo momento. El vapor quemaba la piel, y lo peor de todo: hacía el aire completamente irrespirable. Los otros dos nos dieron dos truquillos para poder respirar sin morir en el intento, pero la piel, los labios y los ojos seguían doliendo. El sudor empezó a gotear, y luego a chorrear. Nos salimos enseguida (unos 10 minutos o así), nos pegamos una ducha ultrafría, y nos salimos a la balcón a tomar el fresco (seguíamos solo con la toalla, a 10 grados y lloviendo). Después de un rato, volvimos a la sauna, otros 10 minutos y otra ducha fría. Me quedé totalmente relajado. Es brutal. Se pasa algún rato un poco durillo cuando estás dentro, pero en general es una experiencia genial, y pienso repetir (en cuanto me vuelva a salir gratis, claro).
PD: podría haber contado muchas más cosas, pero esto ya se hacía muy largo, y sé que algunos como el Paco se asustarán al ver tantas letras juntas.