Hoy he estado estudiando un rato en un aula que tienen reservada algunos de mis colegas españoles para hacer sus proyectos. En principio me iba a pegar allí toda la tarde, pero entre ir a buscar un café, ver mis correos, y abrir el libro, la verdad es que no he aprovechado el tiempo.
Alrededor de las 6, ha empezado a acumular un montón de gente fuera del aula (algo impensable en el departamento de informática, donde después de las cinco es difícil ver a alguien). Después de un rato, hemos visto que la gente se ha puesto a cenar, y además ha ido algún guitarrista a tocar, y otro tío a cantar. Con curiosidad, hemos estado mirando fuera del aula un poco para ver si conocíamos a alguien, y de repente me he dado cuenta que uno de mis compañeros de trabajo, el ruso Sergey, estaba allí, y curiosamente en la misma mesa que mi compañero de piso, el chino dios-sabe-cómo-se-llama. Me he acercado a hablar un poco con ellos, y Sergey me ha dicho que la cena era para los que habían trabajado en un proyecto que terminó hace algún tiempo. Como había mucha gente, me ha dicho que yo también podía cenar si quería, porque nadie se iba a dar cuenta. Después de pensármelo un poco, he pillado un plato, lo he llenado de carne y champiñones, y me he sentado en un sitio libre al lado de ellos.
La conversación ha sido amena, aunque mayormente friki-informática. En mi mesa había, además del ruso y el chino, un peruano (qué raro, un hispanohablante en Finlandia), un finés casado con una peruana, otro chino (¡están en todas partes!) y algún otro desconocido con el que no he hablado.
La cena estaba buenísima, sobre todo acompañada con un poquillo de vino, y el postre también merecía la pena. Lo que me pregunto es cómo en mi departamento cocinan tan bien algunas veces y tan mal los días normales.
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Hace 2 años